[La presente reseña es una versión apenas modificadas de las anotaciones que hice al momento de leer el texto. Podría contener omisiones o aspectos oscuros para el lector.]
Escrito en 1811 por Percy Byshe Shelley, conocido a veces
como “el marido de Mary”, a veces como “el amigo de Lord Byorn”, menos veces como
uno de los mejores poetas románticos, y más raramente aún como un
ateo militante.
“La creencia es una pasión, cuya fuerza, como la de
cualquier otra pasión, es proporcional al grado de estímulo recibido.” Shelley
identifica tres grados de estímulo: los sentidos, la razón y el testimonio. La
gradación significa que ningún nivel se puede contradecir con los anteriores.
Analiza entonces la hipótesis de Dios según estos tres grados: según la Razón,
el universo tuvo o no una causa, y es más fácil presuponer lo segundo. En
cuanto a la existencia en sí, habla de un “poder generativo” que no puede ser
explicado recurriendo a la idea de una deidad.
Por último, no se puede creer en el Testimonio si postula
la existencia de una deidad irracional. Shelley considera que la irracionalidad
de Dios consiste en pedir fe, cuando la fe no
es un acto volitivo. Pues, de los atributos que normalmente se atribuyen al
creador infiere que, aun de existir, sería innecesario adorarlo, temerle,
rezarle, o hasta creer en él.
Shelley defiende la presunción de
ateísmo: “God is an hypothesis, and, as
such, stands in need of proof: the onus probandi rests on the theist.”No se
ocupa, en consecuencia, de refutar la existencia de Dios, pero ofrece una
explicación sobre los orígenes del pensamiento religioso. Para Shelley, “Dios”
es un término amplio, que podría aplicarse a cualquier cosa, y se coloca
siempre allí donde el entendimiento humano deja de ver la cadena de causas y
efectos:
“Mounting from cause to cause, mortal man has ended by seeing nothing;
and it is in this obscurity that he has placed his God; it is in this darksome
abyss that his uneasy imagination has always labored to fabricate chimeras,
which will continue to afflict him until his knowledge of nature chases these
phantoms which he has always so adored.”
A continuación, Shelley aborda
los mecanismos psicológicos que rigen el pensamiento religioso. En primer
lugar, señala que éste está basado en un principio de autoridad, sostenido por la imitación de los padres y la aceptación acrítica de
los sacerdotes. Agrega también: “la esencia de la ignorancia es darle
importancia a las cosas que no la tienen (…) cada uno, al pelear por Dios,
pelea de hecho por los intereses de su propia vanidad”. De la misma forma, Shelley argumenta que todas
las esperanzas en una vida futura son nada más que una expresión de deseo, pues
el hombre, como todos los organismos, posee un “espíritu enemistado con la nada
y la disolución”.
Por ultimo, se pregunta Shelley por
qué Dios no se muestra, por qué no desenmascara a los que mienten en su nombre.
Y, si es que Dios habló alguna vez a la humanidad: “¿por qué el universo no
está convencido?” ¿O acaso podría la palabra de Dios no convencer a alguien?
En pasajes de alto voltaje lírico, Shelley evoca el sentimiento casi místico que provoca la contemplación del universo. Como declara desde la primera línea, su argumentación está dirigida contra la idea de una deidad creadora, pero no rechaza la hipótesis de "un Espíritu coeterno con el universo", que podría, aparentemente, asimilarse al panteísmo spinoziano.
Hola I. A.
ResponderEliminar¿Sigues publicando artículos en la web (en alguna otra plataforma)?
Recién lei y me gustaron los escritos alojados aquí, gracias por compartir.
Saludos.